sábado, 30 de abril de 2011

Volver

¿Cual parte del trayecto es la vuelta?
¿En qué sentido se encuentra?
¿A este?
¿A oeste?
No sé porque corazón y mente insisten en volver en sentidos opuestos de la misma ruta y cambiar constantemente sus motivaciones sin nunca estar de acuerdo.


El comedor amplio e iluminado de mamá... su cocina blanca, la frutera llena de mangos, papayas y piñas gordas... su jardín de plantas tropicales con dos roseritas invasoras. El patio de mi abuela. Sus orquídeas colgadas. Sus armarios repletos de comida y dulces. Las paredes violetas de mi habitación. Contienen toda una vida llena de colores vibrantes. Y libros eslavos.
Todo me parece más amplio que en la memoria. Más claro. Más feliz.

Pido una dirección a la funcionaria. Me mira, me toca el brazo y sin prisa me da las instrucciones. Quiere que yo encuentre el camino. Lo quiere de verdad, así de claro. “Obrigada”, le digo. Algo confusa, tengo que coordinar mis piernas, que buscaban la salida, y mi corazón, desacostumbrado que estaba en latir más despacio, acordándose de cómo es ser tan amable, paciente, generoso. Porque así es mi gente… en las calles, restaurantes, bares, en casa; así soy yo.


Me he regalado dos semanas en este hogar original. Se me pasan como un soplo. Y pronto estoy en un fastidioso, larguísimo e incómodo vuelo. Llevo un nudo en el pecho que no entiendo muy bien de que va… no es tristeza, ni desespero. Ni siquiera es malo. Es solo un nudo; algo que está ahí, pendiente, desafiando mi razón. Me enfado con la indiscreta mujer al otro lado del pasillo que insiste en aburrirnos a todos con las historias de su vida, despertándome a todo momento. No quiero hablarle, no quiero decirle qué hago en España o contestar a sus preguntas. Tampoco me interesa si conoce a Madrid o Londres como la palma de la mano.
Madrid por fin. Saco mi pasaporte rojo y dorado. Ahí dice que soy española. El policía me desea un buen día, e yo a él. Fuera hace un día de sol, maravilloso. Camino las pocas aceras entre mi casa y la estación de metro. Desde que cogí el avión saliendo de Brasil, es mi primera sensación de familiaridad. Mentira. La salida de Barajas, la recogida de equipaje ya lo habían sido. Estas esquinas, estas calles y incluso esta gente, todo me es familiar. Y en este hecho no hay ninguna sorpresa. Por un acaso, ¿esta también no soy yo?

domingo, 3 de abril de 2011

Como la fénix

Las flores empiezan a brotar por todo el parque, las macetas de mis vecinos vuelven a llenarse de colores y los árboles de verde. La gente toma de golpe a las calles y las terrazas recobran su espacio en las aceras. ¡Y el sol! Este sol maravilloso bajo lo cual la gente se tumba en las plazas, como si a ejemplo de las flores, quisieran brotar también.
Las medias poco a poco dejan las calles, los pañuelos ganan nuevas tonalidades y mis piernas, pálidas tras dos inviernos, por fin vuelven a tocar el aire. La vida entera parece estar envuelta en frescor. Es como si, como la propia ciudad, estuviéramos todos naciendo otra vez y empezando una existencia completamente nueva. La gente sonríe más, los chicos guapos nos sonríen más. Y Jorge Drexler hace conciertos en la Gran Vía.
Deportistas y perros se multiplican a cada esquina y también las máquinas fotográficas y los guías “Lonely Planet”. Ya no se sale de casa sin un Ray Ban. Las noches no empiezan antes de las 21; sin embargo se hacen más largas que nunca. Mis vestidos, escotes y faldas empiezan, uno a uno, a salir del armario ya que todos los poros de mi piel reclaman su lugar al sol. Y la rosaleda ya nos dio su primera rosa. Es precioso. Hermoso. Sensual. Magnífico.
¡Salid todos! ¡Disfrutad!
Es primavera en Madrid.